Claustro grande y monumento al P. Feijóo
Un amplio jardín ambienta el severo recinto, presidido en su centro por el monumento al P. Benito Feijoo
Las edificaciones que hoy contemplamos, no son las más antiguas. Una vez cruzado el umbral de la portada principal, nos hallamos en el claustro del Padre Feijoo, comenzado a finales del siglo XVII. Debido a la situación de la antigua iglesia románica, no se concluyó hasta mediados del siglo XVIII. La sobriedad clásica de su ornamentación arquitectónica, propia de la etapa purista, se presta a una ambigua filiación artística, que duda entre el renacimiento y el barroco.
Es el claustro de mayores dimensiones de España, con unos 54 metros y medio de lado. Consta de tres plantas. Recias pilastras dóricas sobre pedestales, con su entablamento partido, dividen en tramos las dos primeras. Las pilastras que limitan los tramos de la tercera, se hallan unidas por la cornisa del tejado.
Aligeran la planta baja arcos de medio punto sobre impostas, con grueso pretil entre sus pilares. Una imposta separa la primera planta de la segunda, de lienzo liso en el que se abren ventanas de sencillo marco. Una volada cornisa sirve de base a la tercera que alegra sus interpilastros con arcos carpaneles sostenidos por columnillas jónicas.
De arista es la bóveda de la planta baja, y únicamente presenta piedra de cantería al apoyarse en el muro. Varios recuerdos arqueológicos, lápidas y escudos de piedra han sido incrustados, con posterioridad, en sus paredes: una clave de arco con una cruz de tipo asturiano; un fragmento de un escudo de la abadía; lapida Regium Cenobium, testimonio de la restauración de 1541.
Además ostenta dos escudos reales, que pertenecieron a otras edificaciones: el de Carlos V como rey de España, y el de los austrias, a partir de Felipe II. También presenta una lápida sepulcral del abad de Samos y luego obispo auxiliar de Plasencia, P. Alonso García de Losada, muerto en 1684, que nos recuerda que varios monjes samonenses alcanzaron la dignidad episcopal: tres durante el siglo XVII, y tres en las dos centurias siguientes.
La efigie del ilustre polígrafo benedictino sobre el recio pedestal cúbico, de pie y apoyado en un sillón mientras en su mano izquierda sostiene una antorcha, entona perfectamente con la sobriedad arquitectónica del conjunto. Esta obra del escultor gallego Francisco Asorey fue inaugurada en 1947 y fue mudo testigo del incendio de 1951.
La comunidad samonense, a finales del siglo XVII, despliega una intensa actividad cultural y religiosa, en decidida ascensión hacia la cumbre de su historia en el siglo XVIII. La mayoría de sus abades poseen grados académicos e incluso algunos han regentado cátedras de filosofía y teología en colegios benedictinos. Tres obispos y tres catedráticos de la Universidad de Salamanca salen de sus claustros.
Pero el monje más preclaro de la abadía por su ciencia es el P. Feijoo, gloria y honra del saber enciclopédico de su tiempo, consejero favorito de los Reyes de España. Con sus obras Teatro Crítico Universal y Cartas Eruditas, se proponía combatir los errores del vulgo y elevar el nivel cultural del clero diocesano y del conjunto de España. Su amor y agradecimiento a Samos, su casa de profesión, quedó patente en sus obras y a lo largo de toda su vida.